UNA ADVERTENCIA CONTRA EL OLVIDO

Crítica de ‘Aún estoy aquí’: El conmovedor retrato de Walter Salles sobre una familia y una nación fracturadas a través de la memoria sensorial.

La desgarradora historia de la desaparición de Rubens Paiva en 1971 bajo la dictadura militar brasileña es narrada con belleza y dignidad a través de los ojos de su esposa e hijos, quienes vivieron la tragedia en carne propia.
Walter Salles regresa a Brasil y al cine social que lo consagró con Estación Central —nominada al Óscar— con Aún estoy aquí, un filme que inicia donde quizás toda película ambientada en Río de Janeiro debería: en la playa. Un perro callejero interrumpe un partido de voleibol. Jóvenes untan refresco de cola en su piel para broncearse. Niños juegan fútbol y adolescentes coquetean entre risas. Entre las olas, Eunice Paiva (Fernanda Torres, en un papel deslumbrante) flota de espaldas, entrecerrando los ojos bajo el sol. El cielo está despejado, pero un helicóptero militar surca el horizonte.
Es Navidad de 1971, y Brasil lleva seis años bajo un gobierno militar que se extendería por 15 más. Sin embargo, en ese rincón paradisíaco donde vive la familia Paiva —Eunice, su esposo Rubens (Selton Mello), sus cinco hijos y la empleada doméstica Zeze (Pri Helena)— la dictadura solo se insinúa en reportes de radio sobre secuestros o en convoyes militares que atraviesan la calle frente a su casa luminosa, rodeada de palmeras.
Aún estoy aquí no solo relata el crimen de Estado que fracturó a esta familia, sino que también rinde homenaje a ese hogar acogedor —escenario que el propio Salles frecuentó en su juventud—. Un espacio abierto al mundo, lleno de tertulias sobre política y música, que poco a poco se sumerge en el silencio y el miedo, hasta quedar vacío. Tras la detención de Rubens por hombres de chaquetas de cuero —quienes se lo llevan «para interrogarlo» sin regresarlo—, Eunice sobrevive a días de encierro en una celda sucia, acusada de actividades subversivas que desconoce. Al pedirle a Zeze que cierre con llave la verja de su casa —nunca antes necesaria—, ese gesto sencillo simboliza el fin de una época.
Que el destino de esta casa acomodada refleje el de un Brasil cada vez más oprimido podría parecer una metáfora forzada, pero la narrativa íntima y naturalista de Salles, combinada con la fotografía de Adrian Teijido —que mezcla tonos vintage con grabaciones caseras en Super 8 de la hija mayor, Vera (Valentina Herszage)—, dota a la historia de una textura de memoria viva. La banda sonora, entre sambas de Gilberto Gil, canciones de Caetano Veloso y la melancólica partitura de Warren Ellis, impregna incluso los momentos más alegres de una tristeza sutil: no por presagiar la tragedia, sino porque se sienten como recuerdos, y todo recuerdo, por feliz que sea, guarda algo de nostalgia.
Si el relato se centrara únicamente en la pérdida de Rubens —un padre y esposo ejemplar que ayudaba en secreto a opositores del régimen—, la nostalgia podría caer en lo sentimentaloide. Pero el verdadero enfoque de Salles (y del libro en que se basa el filme, escrito por Marcelo Paiva) es la resiliencia, encarnada en Eunice. Torres interpreta con maestría a una mujer cuya elegancia y fuerza —desde soufflés perfectos hasta criar a sus hijos en la adversidad— se convierten en un testimonio de supervivencia y coraje silencioso.
De estructura clásica pero con una empatía radical, Aún estoy aquí incluye segmentos finales ambientados en 1996 y 2014 que alteran levemente el ritmo emocional, pero permiten ver el desenlace de la lucha de Eunice por el reconocimiento oficial de la desaparición de su esposo. Además, en el epílogo de 2014, aparece Fernanda Montenegro —madre de Torres y protagonista de Estación Central— como una Eunice anciana, en un guiño emotivo.
Al culminar con el clan familiar reunido en un jardín luminoso para una foto grupal, la cinta se convierte en una advertencia para quienes hoy buscan revivir la opresión: el espíritu de un pueblo persiste más allá del miedo. Quienes resisten inspiran canciones, arte y películas tan dolorosas y hermosas como esta. Su legado, como el de los Paiva, perdura en la memoria colectiva.

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