EL SILENCIO DE LOS INOCENTES… PERO SATÁNICO

Crítica de ‘Longlegs’: Nicolas Cage se incrusta en tus pesadillas en un thriller psicológico lleno de inquietud.

El filme de terror de Osgood Perkins, ambientado en los 90, no aterroriza en el momento, sino que se expande como una sombra en la mente, volviéndose escalofriante una vez que su icónico villano satánico se instala en tu subconsciente.
Algo inusual ocurre con Longlegs: más allá de la perturbadora presencia del personaje que da título a la película, la experiencia de verla no parece tan aterradora… al principio. En el instante, resulta menos impactante de lo que sugiere el entusiasmo generado por su campaña de marketing, diseñada para sembrar expectativa mediante proyecciones secretas. Sin embargo, horas después de terminarla, la figura demente interpretada por Nicolas Cage reapareció en mis sueños, emergiendo de la nada para gritar con su voz estridente: «¡Alabado sea Satanás!».
En Longlegs, el director Osgood Perkins (autor de The Blackcoat’s Daughter) logra el efecto que buscábamos de niños al desafiar a las películas de monstruos: ese miedo que nos hacía dormir con la luz encendida. Cage encarna a un artesano de muñecas rural, claramente trastornado, que fabrica réplicas de sus víctimas. Estas figuras, inexplicablemente, provocan que sus familias cometan crímenes. No se trata solo del terror a ser asesinado por un desconocido, sino de imaginar a tus propios padres levantando un hacha contra ti.
Con clasificación R, el filme quizá no disuada a adolescentes curiosos, quienes deberían evitar que un fanático satánico como Longlegs se aloje en sus cabezas. Aunque carece de lógica en su tramo final (y roza lo absurdo), la cinta apela al niño interior del espectador, centrándose en una serie de asesinatos de niñas nacidas el día 14. ¿Quién más cumple años ese día? Lee Harker, una novata del FBI interpretada por Maika Monroe. La actriz de It Follows luce más joven que su edad, como si fuera una adolescente disfrazada de Clarice Starling.
Perkins bebe de referencias como El silencio de los inocentes y Manhunter, combinando escenas lentas con cortes abruptos para maximizar la tensión. Añade fanatismo religioso -al estilo del cine de monjas- y mensajes crípticos firmados por Longlegs, un villano que se vuelve icónico gracias a Cage. Su interpretación rivaliza con el Nosferatu de Max Schreck, inspiración de larga data para el actor. Con movimientos retorcidos y gestos exagerados -además de encuadres que mutilan su figura-, Longlegs se infiltra en la psique del público.
Visualmente, es difícil reconocer a Cage bajo el maquillaje: cabello blanco hirsuto, rostro pálido y un overol rosado desgastado. Su apariencia andrógina evoca a Bette Davis en ¿Qué fue de Baby Jane? mezclada con la ternura siniestra de Celia Weston. Son arquetipos inusuales para el terror, pero su impacto perdura incluso después de revelar el plan macabro del personaje.
La primera aparición de Longlegs -llegando a una casa rural en una station wagon, el auto menos amenazante- se filtra como un video casero de los 70, con colores desvaídos y bordes redondeados. Más tarde, el formato se expande a pantalla ancha, aislando a los personajes en espacios claustrofóbicos. Al interactuar con una niña (a quien llama «la casi cumpleañera»), Cage oscila entre payaso torpe y tío solterón: ese adulto incómodo que no sabe relacionarse con menores. Es el desconocido del que las niñas deben huir.
Tras este prólogo, la trama salta a los años 90. Lee, ahora agente del FBI, demuestra una intuición casi psíquica durante una investigación, pero eso no salva a su compañero, cuya muerte abrupta subraya la violencia impredecible del filme. Perkins evita profundizar en los clichés de asesinos seriales, enfocándose en detalles excéntricos: un director de manicomio vestido como proxeneta o una empleada de ferretería que, en otra película, sería víctima, pero aquí ridiculiza la amenaza de Longlegs con un «Papá, ¡ese tipo raro volvió!».
El director entiende que los sustos no son el único recurso del terror. Juega con las expectativas, alternando tensión con absurdos inesperados -tácticas que domina-, aunque todo sirve a una trama endeble. Las autoridades no resuelven los crímenes porque su explicación es sobrenatural, no psicológica. ¿Por qué les cuesta tanto? ¿Por qué Longlegs abandona la historia tan pronto (no sin antes protagonizar un interrogatorio inolvidable)? No importa. Lo esencial es que, como una pesadilla recurrente, su figura permanecerá contigo. Incluso después de apagar la pantalla.

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