CÓNCLAVE: EL THRILLER VATICANO QUE REVELA LOS SECRETOS DEL PODER.

Crítica de ‘Cónclave’: Ralph Fiennes, con una mirada atribulada, lidera una tensa búsqueda del nuevo Papa.

Pocos autores exploran las entrañas del poder como Robert Harris, cuyo drama inteligente ambientado en el Vaticano revela una faceta menos grandilocuente de Edward Berger, director de ‘Sin novedad en el frente’. 
Si crees que las elecciones presidenciales en EE.UU. son impredecibles, espera a ver la volatilidad que sacude el Vaticano cuando los cardenales se reúnen para elegir al nuevo pontífice en Cónclave. Adaptada de la novela de Harris por Berger —quien asume un reto radicalmente distinto tras su épica bélica—, este thriller intelectual se desarrolla como un misterio de asesinato tras las puertas cerradas de la Domus Sanctae Marthae, donde se aísla al Colegio Cardenalicio. Aunque, en este caso, nadie sospecha de un crimen en la muerte del Papa anterior.
Aun así, las intrigas florecen mientras los papabili —los favoritos para el cargo, encarnados por actores de la talla de Ralph Fiennes, Stanley Tucci y John Lithgow— accionan cuantos hilos puedan para ser elegidos. Pero Cónclave parece suscribir la máxima de Platón: «Solo quienes no ambicionan el poder están cualificados para ejercerlo». Así, presenta candidatos con una humildad casi británica junto a otros dispuestos a sabotear a sus rivales. 
Justo cuando crees haber descifrado el juego, la película lanza uno de los giros más satisfactorios de los últimos años: un Hail Mary narrativo que sorprende y restaura la fe (quizá no la de todos, pero sí la de los desencantados). Por regla general, las películas sobre papas en vida —como las dedicadas a Francisco por Gianfranco Rosi, Wim Wenders o Evgeny Afineevsky— buscan al público devoto, mientras que las que exploran la transición de poder en el papado atraen a un espectro más amplio, especialmente a quienes sospechan de la mezquindad y corrupción en la curia.
La Iglesia Católica tiene un historial irregular en la elección de pontífices, así que no resulta descabellado encontrar aquí contendientes venales, licenciosos o racistas. Todos hombres, claro, pues la institución sigue anclada en el sexismo, a diferencia de otras religiones con líderes mujeres —un detalle que Harris, Berger y el guionista Peter Straughan (responsable de ‘El topo’) no pasan por alto. Cónclave aborda esta desigualdad con Isabella Rossellini como la perspicaz hermana Agnes, quien muerde su lengua durante casi dos horas, pero sabe cuándo hablar. 
La ingrata tarea de coordinar a estos hombres obstinados recae en el cardenal Lomeli (Fiennes), quien, como decano del cónclave, anhela su próximo destino lejos del Vaticano. Fiennes ofrece una actuación contenida pero desgarrada, reflejando la lucha interna de Lomeli entre la devoción y la duda. En conversaciones con el cardenal Bellini (Tucci) —su candidato recurrente—, admite su crisis de fe. Y descubre, sorprendido, que el difunto Papa también albergaba dudas… aunque las suyas giraban en torno al futuro de la Iglesia.
Aunque Cónclave se siente como un thriller —con cortes abruptos y una banda sonora tensa—, su magnetismo radica en su mirada a una institución asediada, cuyos líderes incluyeron a un exmiembro de las Juventudes Hitlerianas (Benedicto XVI) y a quienes encubrieron abusos sexuales (Juan Pablo II). El guion de Straughan no elude esto y, aunque no iguala la profundidad filosófica de ‘Los dos papas’, articula —en cuatro idiomas, incluido el latín— cómo la Iglesia debe evolucionar para no quedar obsoleta. Aquí, el cardenal Benítez (Carlos Diehz), un hombre callado procedente de Kabul, ilumina con sus reflexiones a los demás. 
Es una de esas películas que respeta la inteligencia del espectador, aunque juegue a esconder detalles, como el ascenso silencioso de un candidato votación tras votación. ¿De dónde surge su apoyo? Más allá de intrigas, el foco está en la batalla dialéctica entre las facciones liberal y conservadora, mientras Lomeli lidia con su conciencia. Algunos cardenales votan por él, pero él insiste en su indignidad. Aun así, urge elegir a alguien «que peque y pida perdón», antes que a un farsante que se proclame puro.
Berger se deleita en el ritual del proceso: las papeletas rellenadas, dobladas y depositadas en una urna plateada; los votos contados, atados y quemados. El público (invisible) observa la chimenea de la Capilla Sixtina: humo negro significa desacuerdo; blanco, nuevo Papa. En este cónclave ficticio, sin embargo, los cardenales ven también humo en la ciudad: atentados con coches bomba sacuden las plazas, recordando la urgencia de su decisión. 
Aunque Berger es alemán, es inevitable pensar en la política actual. Rodeados de divisiones, los cardenales pueden optar por la unidad o el odio. Pese a la desazón de Lomeli, el desenlace inesperado resulta casi perfecto… como una oración respondida.

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