FRED DURST EN ‘Y2K’: ¿CAMEO GENIAL O DESAPROVECHADO?

Crítica de ‘Y2K’: Una comedia nostálgica de los 90 que muta en… ¿una película de zombis tecnológicos? Solo la primera parte funciona.

Jaeden Martell y Rachel Zegler protagonizan esta sátira de ciencia ficción de Kyle Mooney, divertida al inicio pero que pierde fuelle en su giro catastrófico.

Existe un fenómeno curioso en la cultura pop: cada vez se producen más películas nostálgicas que celebran épocas específicas, aquellas que quienes las vivieron recuerdan con cariño. Sin embargo, el tiempo entre el momento retratado y el estreno de la cinta se alarga sin parar. American Graffiti (1973), pionera del género, revivía 1962, solo 11 años después. Dazed and Confused (1993) saltó 17 años para recrear 1976. Adventureland (2009) hizo lo mismo con 1987, 22 años después. Ahora llega Y2K, estrenada en el Festival SXSW, que nos traslada a la última noche de 1999… 25 años más tarde. Si seguimos así, una película sobre 2024 podría estrenarse en 2054.

¿La razón? Vivimos en una era saturada de pantallas e imágenes, donde la tecnología distorsiona la realidad hasta convertirla en un espejismo. Hoy cuesta más percibir el pasado como tal. Y2K, como su título sugiere, se ambienta en un momento de pánico ante el colapso tecnológico. Pero también es, ante todo, un viaje nostálgico a finales de los 90.
Kyle Mooney (ex Saturday Night Live) y el guionista Evan Winter nos sumergen en esa época con detalles que despiertan memorias: la interfaz de AOL, el sonido del módem, los CD mixtos, la tienda de DVDs, el escándalo de Pam y Tommy, las sudaderas de Abercrombie y hasta el clásico empleado de videoclub, aquí un stoner con rastas llamado Garrett (interpretado por el propio Mooney). La banda sonora, con temas como Praise You o Tubthumping, completa la inmersión.
La trama arranca en Nochevieja, siguiendo a Eli (Jaeden Martell), un chico cool con aura de hermano Culkin perdido, y su amigo Danny (Julian Dennison), un revoltoso al estilo de Jonah Hill en Superbad. Su objetivo: asistir a la fiesta de «Soccer» Chris (The Kid Laroi), donde Eli intentará conquistar a Laura (Rachel Zegler), la chica popular interesada en la incipiente cultura digital. Hasta aquí, Y2K funciona como una comedia adolescente clásica, con diálogos ágiles y situaciones reconocibles. Mooney dirige con soltura los enredos de la fiesta: el rap improvisado, los flirteos torpes y la energía caótica previa al año 2000.
Pero a medianoche, todo cambia. El temido «efecto Y2K» se materializa: los dispositivos se rebelan. Microondas, licuadoras y sierras eléctricas se transforman en armas letales, y un robot gigante con pantalla glitch se erige como villano. La película muta entonces en una mezcla de Shaun of the Dead y Terminator, pero sin la inventiva de ninguna. El grupo de protagonistas huye por calles vacías y bosques, mientras la trama pierde ritmo y originalidad. Incluso la aparición de Fred Durst (vocalista de Limp Bizkit), ahora con pinta de conspirador político, solo genera una risa breve.
El mensaje de Y2K es claro: en 1999 cruzamos un umbral digital donde las máquinas empezaron a definirnos. Sin embargo, su sátira se diluye en escenas repetitivas y personajes planos. La primera mitad, llena de encanto retro, contrasta con un tercer acto caótico y sin gracia. Quizás eso refleje, sin querer, otra verdad: los 90 también marcaron el inicio de una era donde cualquier concepto extravagante podía convertirse en producto… aunque no siempre funcionara.

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