¿POR QUÉ WICKED ES EL MUSICAL PERFECTO PARA NUESTRA ÉPOCA?

Crítica de ‘Wicked’: Cynthia Erivo y Ariana Grande protagonizan el musical más audaz de la historia en una versión que reinventa el clásico de Oz.

Dividida en dos partes —pero con suficiente fuerza para brillar por sí sola—, la adaptación cinematográfica del éxito de Broadway que explora los orígenes de la «bruja mala» de El mago de Oz llega en el momento perfecto. Con una mezcla de espectáculo visual y crítica social, esta historia sobre la construcción del villano resuena hoy más que nunca.
En el clásico de 1939, no había duda de quién era la antagonista: la Bruja Malvada del Oeste, con su ejército de monos voladores y su destino líquido. Pero en Wicked, esa figura de piel verde (Cynthia Erivo) se revela como una víctima de prejuicios, mientras Glinda (Ariana Grande), su rival de vestido rosa y sonrisa perfecta, encarna una bondad superficial y opresiva. Basada libremente en la novela de Gregory Maguire, la cinta invierte la narrativa original para cuestionar el fascismo, la discriminación y el miedo al «otro», temas que cobran urgencia en un mundo polarizado.
Cuando el musical debutó en Broadway en 2003, algunos críticos lo tacharon de «recargado» y «pretencioso». Dos décadas después, el director Jon M. Chu (In the Heights) demuestra que aquella ambición desbordada era el germen de un fenómeno cultural listo para conquistar la pantalla grande. Con una primera parte de 160 minutos —y una pausa de un año hasta la secuela—, esta versión es un festín visual que combina el DNA del teatro con efectos imposibles en escena. Imaginen un pastel de bodas cubierto de purpurina: así de exuberante es este viaje al Oz nunca antes visto.
De Broadway al cine: Un salto mágico (y político)
Chu se inspira en sagas como El señor de los anillos y el UCM para crear un mundo CGI donde todo —desde campos de amapolas hasta la Ciudad Esmeralda— brilla con un aura artificial deliberada. Pero detrás del glitter hay sustancia: la trama sigue a Elphaba, una joven marginada en la Universidad Shiz por su piel verde y su hermana con discapacidad (Marissa Bode). Cuando la misteriosa Madame Morrible (Michelle Yeoh) la elige como protegida, desata la envidia de Glinda, una chica popular obsesionada con el reconocimiento.
Erivo, conocida por su potente voz, sorprende aquí con una actuación íntima y llena de matices. Lejos de la grandilocuencia teatral de Idina Menzel (la Elphaba original), su interpretación se enfoca en la vulnerabilidad: cada mirada y susurro revelan el dolor de ser invisible. Grande, por su parte, compite con su propia imagen de «princesa del pop» al encarnar a una Glinda calculadora, cuyo afán por ser amada la vuelve cómplice de un sistema corrupto. Juntas, son fuego y gasolina: una química que electriza cada dueto.
Un Oz para el siglo XXI
La película abre con un homenaje al filme de 1939 —el sombrero de bruja flotando sobre un charco—, pero pronto se sumerge en un universo visualmente disruptivo. Los animales parlantes, por ejemplo, no son criaturas antropomórficas, sino seres realistas cuyas luchas reflejan opresiones actuales. El profesor Dr. Dillamond (una cabra CGI con voz de Peter Dinklage) advierte: «¡No te están contando toda la historia!», una línea que sintetiza la misión del film: desmontar narrativas heredadas.
Jeff Goldblum, como el Mago de Oz, personifica al líder carismático pero fraudulento, cuyas políticas contra los animales recuerdan a regímenes autoritarios. Es aquí donde Wicked trasciende el entretenimiento: usando poppy fields y bailes en bibliotecas (como el vibrante Dancing Through Life de Jonathan Bailey), Chu critica cómo se construyen enemigos públicos para mantener el poder.
¿Un musical para la era TikTok?
Con coreografías que desafían la gravedad y canciones ampliadas con efectos digitales —desde el icónico Defying Gravity hasta el cómico Popular—, el filme apuesta por un maximalismo que conecta con generaciones criadas en redes sociales. Cada plano está saturado de detalles: vestuarios que fusionan épocas (diseñados por Paul Tazewell), arquitectura art deco y toques de steampunk. Sí, a veces parece que el exceso va a reventar la pantalla, pero ese es justo su encanto: como Glinda, la película sabe que «ser excesiva» es su superpoder.
El momento más conmovedor llega cuando Elphaba, engañada para usar un sombrero puntiagudo en una fiesta, baila sola bajo las burlas. Chu acerca la cámara a su rostro, capturando la agonía de quien finge no importarle. Es en esas sutilezas —imposibles en el teatro— donde el cine triunfa.
¿Vale la pena la espera de un año?
Aunque el formato en dos partes sigue siendo polémico, Wicked: Parte 1 funciona como historia autónoma. El clímax, con Elphaba aceptando su poder al estilo Duna, promete una segunda entrega más oscura. Por ahora, queda celebrar esta oda a los inadaptados que, como dice su himno, se atreven a «desafiar la gravedad» —y a los estereotipos—.
Con una banda sonora que se quedará grabada en tu cerebro y un mensaje que clama contra la deshumanización, Wicked no es solo el musical del año: es un recordatorio de que hasta los villanos merecen su propia versión. Y a veces, esa versión es la que más duele escuchar.
Para ver en cines… y cantar a gritos.

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