A24 VUELVE A ROMPERLO CON ‘HEREJE’

Crítica de ‘Hereje’: Hugh Grant aterriza como un villano refinado en un juego perverso de fe y manipulación.

Dos jóvenes misioneras mormonas subestiman la trampa ideada para ellas en el perturbador thriller teológico de Scott Beck y Bryan Woods. 

Si existen las «películas basadas en la fe», Hereje sería su antítesis. En este filme de A24, tan espinoso como impredecible, los codirectores Scott Beck y Bryan Woods (guionistas de A Quiet Place) presentan a Hugh Grant como un erudito religioso trastornado, obsesionado con hacer que dos misioneras rechacen su credo. Su método: secuestrarlas en una casa laberíntica y someterlas a un macabro experimento filosófico.

La lección de este psicópata es a la Biblia lo que Saw a una clase de manualidades. Pero hablamos de Hugh Grant. Cuando su personaje, el apacible Sr. Reed, con suéter de lana y gafas de lectura, abre la puerta, las jóvenes no sospechan de sus intenciones, ni de su oferta de pastel de arándanos recién horneado.
Ellas venden salvación; Beck y Woods venden suspense. Grant, conocido por papeles encantadores, aquí se sumerge en la oscuridad: interpreta a un fanático que critica las religiones organizadas mientras ejerce un control mesiánico. Es un giro audaz, aunque no del todo convincente. 
El guion, cerebral pero desigual, plantea debates sobre la naturaleza de la fe. Sin embargo, ¿era necesario enmarcarlo como terror? La premisa funcionaría mejor como un duelo intelectual universitario, pero la decisión de añadir trampas claustrofóbicas y tortura psicológica lo acerca al nihilismo. 
La cinta abre con las misioneras Hermana Paxton (Chloe East) y Hermana Barnes (Sophie Thatcher) discutiendo sobre condones Magnum. Un diálogo inusual para devotas mormonas, quizá diseñado para shockear. Pero aquí radica la ironía: ambas predican verdades que no han experimentado. El Sr. Reed las obliga a cuestionar su adoctrinamiento, comparando las religiones con canciones plagiadas: «Todas son iteraciones de un mismo tema», argumenta, citando desde Radiohead hasta Lana Del Rey. 
El escenario es una casa convertida en prisión: puertas blindadas, techos aislantes, ventanas selladas. Reed les ofrece dos salidas marcadas como «CREENCIA» y «DESCREDO». ¿Es una metáfora o otra mentira? Beck y Woods alargan la tensión, pero la lógica se resquebraja: ¿cómo un académico solitario construye este infierno? ¿Y por qué nadie lo ha detenido antes? 

Afortunadamente, las protagonistas no son simples víctimas. Paxton (East), inicialmente sumisa, revela astucia. Barnes (Thatcher), con un pasado traumático, aporta dureza. Pero Grant domina cada escena. Su Reed es una mezcla de profesor sadista y gurú culto, citando a Séneca mientras tortura. Aunque el personaje fascina, su motivación resulta difusa: ¿Busca ilustrar su «única religión verdadera»? ¿O solo disfruta el poder? 

El filme explora cómo el miedo y la fe dependen de creer en lo invisible. Pero exige demasiada suspensión de incredulidad: ¿Realmente el actor de Notting Hill puede asustarnos? En parte, sí. Grant despliega una malevolencia contenida, con sonrisas corteses y miradas glaciales. Su actuación es el mayor acierto, aunque el guion no la respalda plenamente. 

Hereje entretiene, pero deja resquicios. Topher Grace aparece brevemente como un supervisor mormón inútil, y un «milagro» planeado por Reed parece sacado de un truco de magia fallido. Aún así, logra inquietar. No convertirá a ateos ni creyentes, pero redefine el peligro de cenar con extraños. Y sí: después de esto, ese pastel de arándanos jamás se verá igual.

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